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jueves, 20 de mayo de 2010
Ngäbes, Bugles y Cerro Colorado
Vista de la contaminación del Rio San Felix durante la etapa 'exploratoria' de Codemin por el año 1979 (tomado por el Ing Carlos Enrique Landau en su libro de Codemin a Tiomin)
PASTOR E. DURÁN E.*
Desde febrero pasado los indígenas Ngäbes y Bugles se vienen organizando para decirle “NO” a la inminente explotación de Cerro Colorado, uno de los yacimientos de cobre y oro más grandes del mundo y el mayor del país. Ellos se basan en la experiencia obtenida por comunidades donde se han explotado minas, donde son miserables los aportes económicos dejados por las transnacionales mineras a las naciones y donde al retirarse, solo han dejado huecos en un suelo contaminado y en los pulmones de la gente.
Recordamos los acontecimientos ocurridos en Cañazas de Veraguas, donde se explotó la mina de oro Santa Rosa, que comparada con Cerro Colorado era 60 veces más pequeña. Sin embargo, allí el daño ambiental fue tremendo. Aún se puede observar la devastación ocasionada y los cañaceños guardan crueles recuerdos de las enfermedades ocasionadas por la contaminación. Y es que no solo es el cianuro que se emplea para arrancarle el mineral a las rocas que se extraen, sino también los daños a la salud que causan el plomo, mercurio, molibdeno, etc., que se encuentran en forma natural en el fondo de la tierra junto con el oro y el cobre. Al salir a flote contaminan el ambiente y causan enfermedades en los seres humanos y animales. Las minas son causantes también de las lluvias ácidas que llevan la contaminación a cientos de kilómetros, afectando especialmente las plantaciones agrícolas y esterilizando los suelos.
Recordamos la opinión vertida allá por 1998 por el presidente de la Cámara Minera de Panamá (CAMIPA) en un estudio titulado: “ Informe nacional sobre la situación actual y las perspectivas de la actividad minera en Panamá ”, donde este señor hablaba de que los movimientos de tierras que supone la actividad minera, así como el ruido de la maquinaria y el de la detonaciones de explosivos, a lo sumo provocan “ molestias ”, y tomaba como ejemplo la mina Santa Rosa.
Nos preguntábamos entonces si el presidente de la CAMIPA le había preguntado a los estudiantes del Primer Ciclo de Cañazas y a los padres de éstos si la picazón, los problemas respiratorios, las náuseas y el cáncer en la sangre eran “ molestias ” poco importantes. El Primer Ciclo estaba a solo 300 metros de un campo de lixiviación. Poco les importa a los mineros si los gases tóxicos que emanan permanentemente de las pilas de lixiviación son o no “ molestias ” importantes ni el efecto a largo plazo que tiene en el ser humano su exposición a un ambiente de toxicidad como este. Tampoco les importa el daño permanente que una mina causa a una fuente importante de proteínas (peces y camarones). En Cerro Colorado nacen tres importantes cuencas hidrográficas: las de los ríos San Félix y Cuvíbora que desaguan hacia el Pacífico, y la del Río Cricamola que desagua hacia el Atlántico.
Especialistas en Medicina del Trabajo confirman que muchas enfermedades, resultado de exposiciones a un ambiente tóxico, aparecen mucho tiempo después, incluso, cuando ya la minera se haya ido, como lo fue el caso de Cañazas. ¿A quién se le reclamará tales daños? Y, peor aún, ¿cómo demostrar que dichas enfermedades son debidas a la actividad minera? Los abogados señalan la gran complejidad que significa demostrar tales daños, en cuyo litigio terminan por imponerse los intereses mineros frente a la gente pobre que no puede pagar abogados para defenderse.
Antes que minería, las comunidades indígenas pueden desarrollar industrias sanas como el turismo. Aplaudimos la iniciativa tomada por los Ngäbes y Bugles, y les auguramos éxitos en sus luchas contra la industria más sucia y dañina de todas: la minería.
*Educador.pastornatural@gmail.com
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