sábado, 26 de julio de 2014

Filosofar desde los pueblos originarios: una necesidad impostergable.

Artículo sobre la realidad indígena en México pero perfectamente aplicable a Panamá y demás países latinoamericanos. --chiriquinatural

Por Luz María León

Una de las tareas de la filosofía mexicana es problematizar lo que acontece en la realidad social, la cual en muchos sentidos está en crisis. Esto nos lleva a considerar que, a diferencia de otros modos de filosofar, el nuestro se sitúa en el contexto político-social, mismo que condiciona y posibilita este quehacer.

           En esta ocasión, brevemente daremos cuenta de alguna de las razones por las que no sólo ha sido desconocida, sino negada la filosofía de nuestros pueblos originarios y, con ello, su forma de vida y soberanía. Asimismo, ubicaremos por lo menos una de estas formas de filosofar indígena.

Mujeres indígenas en defensa

Si nos posicionamos en la recuperación de la cultura indígena, asunto que nos atañe a todos, y no solamente a los filósofos,  podemos pensar en la tribu yaqui defensora del agua en Sonora, en el problema de la explotación del territorio Wixárika por las mineras canadienses en San Luis Potosí, en las comunidades zapatistas en Chiapas que continúan construyendo su autonomía y han defendido la tierra ante la crisis agraria desde 1974, en la discriminación hacia los indígenas campesinos por parte del gobierno, los terratenientes, comerciantes y la Policía Comunitaria de las costas de Guerrero que han defendido su seguridad debido a la incompetencia del Estado.

Frente a estas situaciones surgen no sólo interrogantes sobre la legitimidad de estas organizaciones -como ya lo planteó el filósofo Enrique Dussel[1]- sino que también se abre la pregunta por los fundamentos filosóficos que se hallan en la base de dichas formas de organización.

        Recuperar la cultura de nuestros pueblos originarios resulta inquietante ante la postura del mestizo, que por siglos no sólo no se ha dado a la tarea de conocer las otras culturas, sino que, incluso las ha negado, debido a que ha adoptado la forma de pensar del occidental.

      El problema no radica en el desentendimiento de todo lo proveniente de Occidente, sino en comenzar a conocer y reconocer la diversidad dentro de la cultura mesoamericana que está presente en México. Pero para comprender dicha diversidad, es necesario hacerlo desde su propio marco conceptual.

          En primer momento nos remontamos a la causa de fondo: la negación de la existencia de una cultura propia y la duda de la condición humana del indígena. Bonfil Batalla, en México Profundo, logra acercarnos a nuestra cultura oculta, al descifrar lo que se nos muestra como real.

          El problema del alejamiento hacia los pueblos originarios se ha generado desde la conquista. De ahí que nos debamos preguntar cómo ha sido ese proceso de colonización y cómo nos ha llevado al estado actual. Podemos decir que, persiste, en cierta medida, por la centralidad en el conocimiento y filosofar occidental.

          La inferioridad del indio primero se postuló ideológicamente como algo natural y luego se convirtió en una real inferioridad social.

Una característica sustantiva de toda sociedad colonial es que el grupo invasor, que pertenece a una cultura distinta de la de los pueblos sobre los que se ejerce el dominio, afirma ideológicamente su superioridad inmanente en todos los órdenes de la vida y, en consecuencia, niega y excluye a la cultura del colonizado. La descolonización de México fue incompleta: se obtuvo la independencia frente a España, pero no se eliminó la estructura colonial interna, porque los grupos que han detentado el poder desde 1821 nunca han renunciado al proyecto civilizatorio de occidente ni han superado la visión distorsionada del país que es consustancial al punto de vista del colonizador.[2]

             Al plantearse una cultura mexicana única, con bases ficticias de un México imaginario, se ha negado el valor del conjunto de pueblos y diversos grupos sociales que tienen una cultura específica y diferente a las demás. Entonces cabe preguntarse, ¿Qué ha sucedido con las dos civilizaciones? No han coexistido en armonía a pesar de que se ha pretendido construir un proyecto civilizatorio nuevo, dado que los grupos sociales occidentalizados – ya sea por circunstancia o herencia- sostienen que no hay lugar para la civilización mesoamericana, no sólo porque las visiones del mundo, de la naturaleza y del mismo hombre que sostienen su proyecto son diferentes, sino porque al indio se le ha considerado inferior y se ha pretendido que se dé por muerto al no tener cabida en el proyecto occidental.

          Es un largo proceso de recuperación y de rememoración el que se tiene que llevar a cabo para entender nuestra propia condición, pues, como se mencionó en un principio, la manera en que se fue articulando el alejamiento se debe a un proceso ideológico que terminó en una desindianización, que Bonfil Batalla ha caracterizado como la pérdida de identidad colectiva para hacer posible la dominación. Ésta ha consistido en el desplazamiento de los espacios y tierras, en el sometimiento del pensamiento y de su forma de vivir, creando así un México ficticio que niega su historia e incluso se avergüenza de ella.

            De ahí que, no es sólo el mestizo el  que necesita recuperarse, pues aunque algunos indígenas han conservado su identidad pese a la presencia de la cultura dominante,  existen también otros indígenas que no pretenden conocer y reconocerse en la historia del México profundo. Así que, tanto el mestizo y el indígena, desindianizados, pueden estar en confusión con su identidad, lo que ocasiona la negación del conocimiento del otro México, del profundo, que ha vivido diferentes transformaciones y ha generado los problemas actuales: “[...] la recuperación del indio significa, al propio tiempo, recuperación del propio YO. También ahora el mestizo-indigenista, al tratar de poseer su propio YO, ve su realidad escindida. Pero la escisión no es ahora externa a él, sino interna, reside en el propio espíritu.”[3]

         Cuando el mestizo se acerca, en la praxis, a conocer al indígena, logra comprender la situación en la que ambos se encuentran y que resulta ser similar, es decir, la situación del explotado. Esto lo lleva a reconocerse dentro de esa circunstancia y a actuar de diferente manera frente a su condición.

          Si pensamos al indígena dentro del marco conceptual del opresor, encontraremos que ha sido llamado indio, en un sentido peyorativo, debido a una construcción del colonialismo donde se ha englobado a todos los pueblos particularmente identificados en un intento de homogeneizarlos y señalarlos como inferiores, como los no-españoles y, actualmente, como los no occidentales.

         Ahora bien, ¿de qué manera se ha acercado el filósofo a los pueblos originarios en el último siglo? En primera instancia, cuando hacemos referencia al indígena no nos referimos solamente un grupo, pues sería continuar reproduciendo la categoría de indio. Así que podríamos hablar del nahua, purépecha o del tojolabal, tzeltal, huichol, los chichimecos, los otomíes, los paipai, los kiliwa, los mazatecos, los ixcatecos, por mencionar algunos. Por lo que reconocer a cada uno es darle su lugar identitario.

          Necesitamos hacer una lectura del mundo a la luz del México profundo. Bien podríamos hacer mención de los indígenas ancestrales, pero sería sólo para señalar de dónde provienen los grupos identificados particularmente. Así que, si tomamos esta tarea como nuestra e intentamos ubicarnos en el marco conceptual de las otras culturas, podemos hacer presente el caso de los tojolabales, tzeltales y tzotziles -autodeterminados como zapatistas que se mantienen en la defensa de la tierra y soberanía en Chiapas-, y, finalmente, si lo hacemos desde la apertura hacia otra forma de hacer política que es totalmente diferente de la reproducida en Occidente, podríamos comprender que su circunstancia es nuestra también.

Niños tojolabales       Carlos Lenkersdorf, en Filosofar en clave tojolabal, apunta a que la política se hace desde el nosotros (-tik) concepto que se hace presente en el momento del nacimiento: la madre  rodeada de sus familiares comienza la labor de parto y posteriormente el niño o niña pasa a los brazos de cada uno de ellos y, desde ese momento estará en la espalda o pecho de la madre durante los primeros meses; el contacto directo con la madre posibilita la incorporación del niño o niña en el nosotros, porque al estar con ella, puede observar y ser partícipe de sus actividades cotidianas. En consecuencia, en el contexto tojolabal, el aprendizaje es colectivo desde el nacimiento.

                  Por otro lado, los problemas que se plantean en las escuelas siempre tienen relación con lo que sucede en la comunidad y los problemas son resueltos por todos sus  miembros, se requiere la presencia del NOSOTROS, así que se le llama educación nosotrocéntrica. Esta es la base de su política y de su organización.

           El nosotros se expresa en el lenguaje mediante el término –tik, que resulta ser una palabra clave para comprender cómo se articula su filosofar, pues siempre que se refieren a vivencias, pensamiento y decisiones, lo hacen desde un nosotros. “NOSOTROS representa un conjunto que integra en un todo orgánico a un gran número de componentes o miembros, incluyendo animales y a la naturaleza. Cada uno habla en nombre del NOSOTROS sin perder su individualidad, pero, a la par, cada uno se ha transformado en una voz nosótrica.”[4]

             Ningún integrante de la comunidad pierde su individualidad, dado que pueden expresar su opinión, aun cuando difieren entre ellos. Sin embargo, siempre se intenta llegar a un consenso donde se busca el bien colectivo, y donde las decisiones no se toman entre una mayoría o una minoría, ya que eso derivaría en un actuar egocéntrico e individualista. En las decisiones que se lleguen a tomar se considera el bien que implicará para la naturaleza, desde los animales hasta las piedras. Es éste el principio para llevar a cabo la defensa de la tierra, pues la incluyen en cada decisión que se tome y que pueda afectarla, lo cual ha ignorado el proyecto occidental.

          Así pues, el nosotros en el marco socio-político es un principio organizativo, es el organismo comunitario que tiene lugar en las asambleas, entendiéndolas como una forma de asociación política totalmente diferente de la dominantes. El nosotros se puede llevar a cabo si se activa la conjunción de inteligencia, cuerpo y sentimientos; las decisiones que se tomen no sólo son sustentadas en un nivel racional y crítico, también se sustentan mediante las vivencias que van construyendo el criterio y por medio de la voluntad para actuar. Estas decisiones nosótricas consideran a todos los miembros de la comunidad.

           Habrá que desprendernos de las categorías del pensamiento dominante para posibilitar la apertura a la idea de que, en efecto, existen otros proyectos filosóficos y políticos que pueden generar otra forma de relacionarnos. En el contexto tojolabal, el poder sólo es posible si se ejerce desde el nosotros, pero regido por un principio: organización. Las asambleas funcionan para llegar a consensos, se respeta la diversidad de posiciones y entendimientos, lo cual no sucede en el otro México, en el ficticio.

Pensar desde los tojolabales para conocer parte del México profundo.

Es imprescindible reflexionar con respecto al conocimiento de nuestros pueblos originarios y es inevitable preguntarnos: ¿Cuáles son las condiciones de posibilidad para hacer realizable un espacio nosótrico como el tojolabal? Resulta complejo dar una respuesta, dado que intervienen factores materiales como la cantidad de población, la distribución de espacios y las estructuras que reproducimos cuando nos relacionamos; así que desarrollar este tipo de espacios dentro de una sociedad con miles de personas no habituadas a dialogar sobre todas las decisiones que se toman, es sumamente difícil. Se ha normalizado el proceder “democrático” que se reduce al aspecto electoral o mayoritario. Por ello se hace presente la incomprensión hacia otras formas de organización y resultan extrañas estas expresiones en el marco conceptual-vivencial del mestizo occidentalizado.

       Los filósofos tenemos que involucrarnos en estas problemáticas que están presentes en el México profundo y que  atañen en general a América Latina, aceptando que hay otras formas de filosofar, de conocer y de existir con las cuales tenemos relación.

                    Llevar a cabo estas reflexiones es una tarea urgente de la filosofía mexicana. Podemos decir que corresponde a una de las inquietudes y compromisos de esta generación, puesto que la toma de agua en Sonora, el desplazamiento en Chiapas y la invasión de las mineras canadienses es algo que perjudica a todos, y porque compartimos con los diversos pueblos la misma condición: la del explotado. Asumir esta responsabilidad es retomar las otras tradiciones que han sido ocultadas. Por lo tanto, filosofar desde nuestros pueblos originarios es atender al filosofar desde la circunstancia, es un filosofar contrahegemónico. Si bien no basta con identificar el problema, la apertura de la discusión en el ámbito filosófico conlleva la labor de plantear diversas soluciones a estos problemas y transformar tanto la forma de pensar como de vivir.

 Contacto: luzfilos@gmail.com


[1]   Enrique Dussel “¿Son legítimas la policía y la justicia comunitarias según usos y costumbres?”  en La Jornada [en línea], publicado el 15 de enero del 2013.

[2] Bonfil Batalla, Guillermo. México profundo: una civilización negada. Editorial Grijalbo, México D.F, 1989. p. 11

[3] Villoro, Luis. Los grandes momentos del indigenismo en México. México, CIESA-SEP, 1987. p. 225

[4] Lenkersdorf, Carlos. Filosofar en clave tojolabal. Edición de Miguel Ángel Porrúa, México, Porrúa, 1ª edición, 2002. p. 29