EL MALCONTENTO
Carta al pueblo naso
Paco Gómez Nadalpaco@prensa.com
Es la segunda vez que escribo este artículo. La primera versión, que llegué a enviar, estaba cargada de rabia, de odio contra el gamonal, de incomprensión, de frustración, de fuerza que si tuviera sería destructora.
Manifestaba con crudeza mi odio hacia alguien que no conozco llamado Mario Guardia, propietario de Ganadera Bocas; disparaba mis torpes palabras –torpes como todo lo poseído por el odio– hacia los funcionarios sin alma que ejecutaron una fraudulenta orden de desalojo contra los naso de San San y San San Drui, en Bocas del Toro; denunciaba la mancuerna Estado–empresa que gobierna y destruye el ingenuo sueño de justicia para nuestro país…
Sigo odiando y sigo sin comprender este extraño mundo en el que nos aplastamos como insectos ignorando el alma del otro, blandiendo las leyes que torcemos a nuestro favor e ignorando la justicia humana, la más básica.
Pero decidí reescribir el artículo después de saber que los empleados de Ganadera Bocas estaban tratando de atemorizar –más– a los naso a punta de bala (gamonal, gamonal de otras épocas que nunca fue exterminado…). El corazón arrugado me pidió más bien que le escribiera a los hermanos y hermanas que resisten acampados en San San, desprotegidos por su supuesto Estado, ignorados por sus teóricos compatriotas, silenciados por los medios de comunicación, incapaces de entender su papel integrador de un territorio. Aquí va:
“Queridos hermanos y hermanas,
Lo sois no por indígenas ni por excluidos, sino por seres humanos que padecéis y reís como yo, que miráis a vuestros hijos e hijas con los mismos temores y anhelos que cualquier humano dotado de alma. Os escribo desde la más absoluta tristeza y orgullo. Vosotros, que cómo hubiera dicho José María Arguedas, tenéis “corazón de piedra y de paloma”, no permitís que el mundo duerma.
Los colonizadores y los republicanos, en momentos tan diferentes con excusas tan dispares, buscaron vuestra asimilación y vuestro fin. Ahora, con forma de modernidad legalista, son los exterminadores empresarios angurrientos a los que la dignidad les parece un capricho étnico y los derechos ancestrales un exotismo postmoderno.
Sé que es difícil mantener la calma en estas circunstancias, no responder con fuego al fuego, no vengar el dolor que os han infligido una vez más: el despojo, la humillación, la violencia estatal y policial. Sin embargo, si queréis que el vientre de la tierra siga vivo, si queréis seguir sembrando la semilla del arco iris para que otros tiempos nos respeten, os debo animar a seguir la resistencia tozuda, pacífica y ruidosa.
Con vosotros compartí agua y penas, de vosotros escuché la fortaleza y la suavidad del cauce del Teribe… os diría que no estáis solos. Y no lo estáis. Hay miles de personas que os comprenden y os apoyan, pero son tan pocos… Vivimos un mundo endurecido de corazón e individualista de espíritu. Y vosotros… ¡ay vosotros! Que creéis en lo colectivo y en las razones que no figuran en las leyes ni en los libros…
Os toca resistir mientras tratamos que el corazón agazapado en la ciudad palpite de nuevo, sufra con la injusticia que os toca y sonría con las pequeñas batallas ganadas al sistema de explotación. No invoquéis la causa indígena, porque os acusarán de trasnochados. Tampoco, la multiculturalidad, porque es palabra inventada sólo para los salones políticamente correctos. Que no se os ocurra hablar de justicia a secas o de hermandad, porque os lloverán pedradas por filocomunistas o por ingenuos.
Toca aferrarse a los Derechos Humanos, a esa declaración tan hermosa como ignorada pero que, a veces, da miedo a los gobernantes ciegos. No apeléis a la conciencia, que esa es elástica como el caucho; no llaméis a la solidaridad de los movimientos sindicales o de las oneges, cada cuál –con contadas excepciones– ocupados en mantener su propia maquinaria funcionando. Sí podéis recurrir a los líderes de otras comunidades, a los que entienden en carne propia lo que es quedar en la calle de la noche a la mañana, lo que es el golpe torpe y seco de los antimotines –bestias alienadas por un mísero salario–, lo que es la exclusión social y cultural –mucho más perversa que la pobreza–.
Desde acá, desde las estribaciones del pesimismo y la tristeza, os ofrezco tan sólo palabras y algo de la energía que no tengo. Se gane o se pierda la pelea, los párpados del universo se abren un poquito más gracias a vuestra fuerza
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