miércoles, 13 de mayo de 2009

Paco está harto de tanta gente mentirosa

EL MALCONTENTO

Harto de estar harto

Paco Gómez Nadal
paco@prensa.com

Hoy estoy harto. Harto de tanta hartera, de tanto sentir el mundo a traspiés, de las infinitas mentiras de las que vivimos y en las que nos hacen vivir. De su mentira y de la mía, de la de los gobiernos y las de las organizaciones creadas para deshacer los entuertos de los gobiernos.

Durante los últimos 28 días solo una vez he escrito en este espacio sobre lo que ocurre en la Plaza Catedral. Es más, fue antes de que el 15 de abril se instalara el campamento de activistas nasos cuando escribí, justo después de las violentas acciones que sufrieron en su territorio a finales de marzo.

Pero estoy harto y me toca destilar con ustedes esto que me carcome. El campamento de los nasos (“¿qué es eso?”, preguntan muchos) es como un espejo donde, una vez reflejadas determinadas instituciones, las mentiras se reflejan con un poder arrollador.

Mentira 1. Los ciudadanos tienen derechos. Mentira, mentira podrida en un universo donde los derechos parecen privilegios, donde los ciudadanos tienen que mendigar esos supuestos principios básicos que solo están en el papel.

Durante 28 días, los nasos acampados y los que permanecen en la comunidades de San San y San San Druy solo han exigido su derecho a la tierra, a la vivienda, a la vida en paz. Y durante 28 días los funcionarios que pagan sus casas y sus vacaciones con mis impuestos los han ignorado.

Mentira 2. El Gobierno defiende la Constitución y la legalidad. Mentira, tanto que Reforma Agraria, un mecanismo del ejecutivo para el reparto equitativo de tierras, está a punto de conceder 840 hectáreas en San San a Mario Guardia a nombre de testaferros tan honorables como sus sobrinas, cuñado o yerno que, según los papeles legales firmados por funcionarios, residen en San San (no aguantarían ni dos días allá). Si así consigue los títulos de propiedad ahora, imagine cómo consiguió Ganadera Bocas el título de los años 60 en el que basa su reclamo sobre la tierra de las comunidades indígenas. La ley no es igual para todos porque aquí el negociado es de unos pocos.

Mentira 3. La Defensoría del Pueblo defiende al pueblo. No, nada, mentira. La Defensoría mantiene una aparente equidistancia del Gobierno que, en la práctica, es mentira. Sus informes –y su actitud– siempre juega a la ambivalencia: un poquito de razón al pueblo excluido, pero un supuesto apego a la seguridad jurídica que siempre da la razón a los poderosos.

Mentira 4. Las organizaciones internacionales que trabajan por el desarrollo trabajan por el desarrollo. Mentira doble. Exceptuando actitudes puntuales e individuales, nada han hecho en este caso, excepto acciones diplomáticas hasta ahora ineficaces y secretas. Por poner algún ejemplo: Unicef está en Panamá pero no puede atender o no atiende a las decenas de niños afectados por este desmán que los dejó sin casa, sin escuela y sin comida; o el Programa Mundial de Alimentos es mundial pero no tiene alimentos para los nasos por no sé qué mandato que lo impide. Ni un miembro de la mayoría de ONG nacionales e internacionales que pregonan su buena voluntad ha pasado por el campamento.

Mentira 5. Los ciudadanos somos solidarios. Será en la Teletón, que es caridad, porque con excepción de unas cuantas decenas de personas hermosas que han mostrado su solidaridad dedicando tiempo y comprensión a este problema, la mayoría mira hacia otro lado: como lo hace cuando una comunidad del interior se queda sin agua o como cuando una barriada de la capital se sume en la violencia. Ya, ni siquiera instituciones tradicionalmente hipócritas como la Iglesia, disimulan. Durante 28 días, los beatos y sacerdotes que asisten al estadio–catedral de San Felipe se han dignado a cruzar la calle e interesarse por sus “hermanos” nasos. Quizá es que no los consideren como tal.

Mentira 6. A nadie le importa la suerte de los excluidos. Mentira demostrada. Muchas personas han estado al pie de la plaza, ayudando, animando, dando esperanza al grupo de luchadores y luchadoras que cada día que pasa nos da una lección nueva.

Harto como estoy, lo único bueno que saco de todo esto es que, si por algún minuto había caído en la tentación de ser magnánimo con alguna de estas instituciones, se me pasó la tontería. Ya no me los creo. Es más grave la hipocresía de los que se declaran solidarios y no lo son, que la indolencia evidente de las mayorías.

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