DERECHOS
Nuevamente, solidaridad con los indígenas
BETTY BRANNAN JAÉNlaprensadc@aol.com
NUEVA YORK –El jueves pasado fue Thanksgiving –o Día de Acción de Gracias– en Estados Unidos. Es un día feriado que celebra la llegada de los colonos ingleses a Norteamérica y su triunfo sobre las dificultades que encontraron en el Nuevo Mundo, pero es una celebración deshonesta. En las cenas estadounidenses de Thanksgiving –siempre una orgía de comer– nunca he visto que se mencione que el robo de las tierras indígenas y el genocidio de ese pueblo es uno de los crímenes más grandes en la historia del planeta. Frecuentemente he visto que antes de entrarle a la comilona, todos en la mesa se agarran de la mano para decir una oración de “gracias” a Dios por la abundancia característica del Nuevo Mundo, pero nunca he visto que esas oraciones también pidan perdón a Dios por los grandes crímenes cometidos para arrebatarle ese tesoro de sus verdaderos dueños, aquellos a quienes Él se lo había entregado. Por contraste, en algunas comunidades indígenas de Estados Unidos, Thanksgiving no es día de celebración sino “día de duelo”.
Cuando discuto esto con norteamericanos, la respuesta que frecuentemente recibo es, en tono sarcástico, “Y tú, ¿qué quieres, que devolvamos la tierra a los indios?”. A veces respondo que sí, o que por lo menos se les dé compensación debida a los pocos que quedan. Aunque se trate de cosas que ocurrieron varios siglos atrás, reconocer el crimen cometido y tratar de rectificarlo, en la medida que sea posible y práctica, me parece justo y esencial, sobre todo porque Estados Unidos se autopercibe como un país de alta estatura moral. Ahora mismo en Estados Unidos hay un pleito ante los tribunales en que está confirmado que la agencia federal que administra las reservas indígenas se ha robado miles de millones de dólares que le correspondían a los indígenas por el uso de sus tierras para minería, ganado, extracción de petróleo, etc. El senador John McCain tilda lo ocurrido como “un escándalo nacional”, pero el caso no ha despertado mucho interés en Estados Unidos. Como si los crímenes del pasado contra los indígenas no fueran suficientemente vergonzosos, a pocos parece importarle que estos crímenes continúan en el presente.
Por eso mismo, me han golpeado las noticias de esta semana desde Panamá, sobre el desalojo forzoso de los nasos de San San y San San Druy, en Bocas del Toro. Aunque haya una disputa sobre la tenencia de esas tierras entre los nasos y la empresa Ganadera Bocas, no acepto que haya sido necesario que 150 policías antimotines con bombas de gases lacrimógenos desalojaran a la fuerza a 200 indígenas, sacándolos de sus viviendas para que la maquinaria de la empresa pudiera entrar a derribarlas. En esta disputa, mis simpatías están enteramente con los indígenas, por más que algunas personas se me hayan acercado en los últimos meses para criticar que no puedo ser objetiva sobre estos temas sin ir a ver las áreas afectadas y sin escuchar la versión de las empresas que por un motivo u otro desean desalojar a los indígenas. Quizás lo haga, aunque francamente dudo que eso cambie mi perspectiva; abiertamente confieso que siempre prefiero respaldar al underdog [el que está en desventaja], especialmente si se trata de unas personas humildísimas, que han sido maltratadas por siglos, que literalmente están defendiendo sus casas y que –encima de todo lo demás– están luchando contra su extinción como pueblo. Para mí, ningún interés comercial puede primar sobre eso.
El hecho es que el derecho internacional claramente prohíbe el desalojo forzoso de los indígenas de sus tierras. Por el contrario, como se enfatizó en una audiencia reciente ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), se requiere que los pueblos indígenas den su consentimiento libre, con compensación justa, antes de iniciar el desarrollo comercial de sus tierras. Cualquiera disputa al respecto se debe resolver de manera civilizada, no con antimotines y bulldozers.
En esto, el gobierno de Ricardo Martinelli me ha desilusionado profundamente, haciéndome pensar que el suyo será otro gobierno más donde el “bille” pesa más que cualquiera otra consideración, ciertamente más que la moralidad, la justicia, y la compasión. Un activista estadounidense me comentó el año pasado que en disputas de este tipo, cuando hay grandes intereses económicos de por medio, los indígenas siempre pierden. Esta observación me partió el corazón; hagamos lo necesario para que en Panamá, por lo menos, eso no sea cierto.
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