NACIONALES
RIBERAS DEL RÍO TABASARÁ, CHIRIQUÍ
´Los vigilantes de Barro Blanco´
La semana pasada se registraron dos enfrentamientos entre policías e indígenas en el área de Barro Blanco, sin reportarse heridos.
ELIO NÚÑEZ
elio.nunez@prensa.com
PERSISTENCIA. Aunque la resistencia contra el proyecto de Barro Blanco continúa, los indígenas del M-10-4 ven con algo de resignación cómo se levantan las torres de la presa hidroeléctrica. LA PRENSA/Ricardo Iturriaga.
14/05/2014 - Los indígenas de la comarca Ngäbe Buglé continuarán defendiendo el área de Barro Blanco como herencia ancestral, el cual es centro de la discordia por la construcción del proyecto hidroeléctrico que aprovecha las aguas del río Tabasará, en el distrito de Tolé, provincia de Chiriquí.
Hace ya varias semanas, desde que el Movimiento 10 de Abril (M-10-4) anunció que iniciaría acciones de protesta contra el proyecto, los indígenas han acampado y se muestran vigilantes de las acciones que asuman los agentes antidisturbios de la Policía Nacional que custodian Barro Blanco.
Para llegar al campamento de este grupo de indígenas se deben caminar 50 minutos por un terreno difícil, sobre una extensa vegetación, hasta llegar al legendario río Tabasará. Y no solo ello, el sendero improvisado está cubierto de enormes rocas, tierra arcillosa y ramas secas que hacen trabajoso el trayecto.
Para encontrar a los activistas del M-10-4 hay que atravesar una finca privada ubicada en el sector de Bella Vista de Tolé, frecuentada por ganado, el que con cierto celo mira a cualquier extraño que camine por los caminos abiertos con sus cascos.
NUBES DE MOSQUITOS
La travesía de reconocimiento que hizo el equipo de La Prensa comenzó a las 7:00 de la noche del miércoles 7. Una linterna, mucho repelente de mosquito y un guía fueron nuestros compañeros de viaje, además de temer con qué nos encontraríamos en nuestro trayecto.
Pese a la oscuridad, Ricardo, nuestro guía, conocía a ciegas el camino para llegar al campamento indígena ubicado a pocos metros de la margen izquierda del Tabasará, afluente que divide políticamente las provincias de Chiriquí y Veraguas.
Mientras caminábamos, Ricardo hacía llamadas telefónicas a sus contactos en el poblado para anunciarles nuestra llegada. Luego de tanto andar, las luces reflectantes blancas, ubicadas en el campamento de los policías, indicaban que ya estábamos cerca del río. Caía una pertinaz lluvia que, acompañada del sudor, había empapado toda nuestra ropas.
DAÑOS ECOLÓGICOS
Nuestro guía nos contaba sobre los perjuicios que están pasado los ngäbes por la construcción del proyecto, y el daño que la obra había ocasionado a los recursos naturales del lugar.
Llegamos a una pequeña quebrada. “Esperen, esperen”, gritó el guía, mientras alumbraba una piedra de laja. “Miren el ojo de agua que hay sobre esta laja, esa es agua de salud”, afirmó, mientras se agachaba para refrescar sus manos.
Seguimos nuestro camino. Una barrera de ramas secas bloqueaba el acceso al río, pero habíamos llegado a lo que parecía nuestro destino. Las luces de más de cinco linternas, en lo alto de una colina, indicaban que nos estaban esperando y que teníamos que cruzar el río.
Pasaron unos minutos cuando se escuchó un ruido entre las aguas del río. Era Manolo Miranda, uno de los líderes del M-10-4, quien vistiendo suéter y ropa interior, cruzaba para encontrase con nosotros y programar la visita al pueblo.
Miranda, coordinador del movimiento conservacionista, nos recibió esa oscura noche, mientras se comunicaba con nuestro guía en su lengua nativa, el cual le explicaba que queríamos ir al campamento.
Esa noche, la corriente del río era torrentosa y peligrosa, por lo que decidimos esperar a que amaneciera y aprovechar la luz del día.
MÁS TROPIEZOS
El segundo día de visita se inició a las 7:00 de la mañana, Ricardo, el guía, intentó cruzarnos al punto de concentración por otra vía de la que recorrimos la noche anterior. Era una vía cubierta de piedras que conecta el campamento con el poblado de Tolé, la cual recorreríamos después en vehículo. No obstante, era un camino peligroso, angosto, lodoso, casi inaccesible para el automóvil en el que viajábamos.
Eran las 11:00 de la mañana y no llegábamos aún a la mitad del viaje hacia el caserío llamado Comunidad Cultural de Kiad. Allí llegaríamos para cruzar finalmente el río Tabasará, y luego al campamento en Barro Blanco. Tampoco fue posible cruzar por esa vía, la alternativa siguió siendo el acceso por la finca privada en Bella Vista.
Cruzamos la finca otra vez, ahora bajo un inclemente sol, que ya había secado el camino. En el lugar se notaba la devastación de árboles y sacos con arena para levantar las antenas generadoras de energía.
EL CAMPAMENTO
Llegamos al río, y allí encontramos una pareja de ngäbes, Carlos Pérez y Bellini Jiménez, quienes nos daban la bienvenida a Barro Blanco. El caudaloso río también nos recibía. Con mucho cuidado lo cruzamos, para luego subir una loma pedregosa que nos llevaría hasta el campamento.
Carlos y Bellini nos indicaban por donde caminar, mientras que un grupo salía hacia el bosque donde se dedicaba a la tarea de cazar. Al llegar al campamento el panorama era desolador, los únicos habitantes eran los indígenas que habían salido de sus pueblos para defender la tierra.
VIGILANTES
En el sitio operan cinco puestos de vigilancia improvisados, en los que de dos a tres personas se turnan para no perder de vista a los policías apostados en cuatro frentes, en la otra orilla del río. En estos puntos de vigilancia vimos, incluso, niños, que siguiendo a sus padres han dejado de ir a la escuela.
Las condiciones son precarias, cocinan en fogones de piedra, y aunque la alimentación no es tan mala, se las arreglan para lograr donaciones. No obstante, no revelaron quiénes son sus patrocinadores.
Pasamos un día en el campamento y en su transcurso los indígenas no apartaban la vista de los puestos policiales, aunque sacaban tiempo para conversar y hasta contar chistes. Incluso, aprovechaban el corto para jugar fútbol y para rezar ante una enorme cruz de madera.
Este día, mientras una patrulla policial llegaba a los puestos de los uniformados para distribuir sus alimentos, los indígenas se reunían para conversar sobre su situación y armar estrategias de lucha.
PIEDRAS Y ´BIOMBOS´
Leonidas Carpintero es el encargado del primer puesto de vigilancia. Desde que se dieron los primeros enfrentamientos en el lugar, no ha regresado a su pueblo Quebrada de Caña, en Chiriquí.
Con su sombrero de paja y vistiendo una camisa rudimentaria, Carpintero está preparado para la lucha de su pueblo. Un “biombo” y una chácara cargada de piedras son sus “armas” de defensa.
Él sabe qué hacer una vez los policías ataquen. “Solo esperamos que ellos pretendan agredirnos para nosotros actuar”, explicó el ngäbe que ya pasa los 50 años.
El puesto que cubre solo lo protege un techo de pencas de palma sostenido por ramas de árboles. Carpintero se sienta en un tronco, mientras su compañero descansa sobre el suelo.
En el siguiente puesto está Pablo Carpintero y Víctor González. Saludan tímidamente, pero prefieren callar. Ambos no revelan rasgos indígenas, aunque dicen identificarse con la lucha del pueblo. El puesto de estos hombres está justo frente al de los uniformados, y hasta se puede decir que son vecinos.
El último puesto es en el que se halla Manolo Miranda, coordinador del indigenista M-10-4, el único dirigente de los indígenas que hallamos en el lugar.
Miranda descansaba dentro de una pequeña covacha excavada sobre una roca, precisamente para protegerse de los fuertes aguaceros que caen en la zona. Cerca a esta cueva han tendido una lona azul sobre dos palos de bambú, que según los indígenas no los protege para nada.
Llegaba la tarde en Barro Blanco y la lluvia no cesaba, y mientras los custodios policiales corrían a guarecerse en sus trincheras, los indígenas seguían vigilantes.
LA LUCHA CONTINÚA
Según Miranda, los indígenas se hallan en el lugar para defender la comarca y no abandonarán la lucha hasta que se elimine el proyecto hidroeléctrico. “Al terminarse el proyecto hidroeléctrico Barro Blanco, se nos van a inundar las tierras, las partes productivas de nuestra comunidad y todo eso”, afirmó el dirigente.
Contó que el pasado 17 de febrero la Autoridad Nacional de los Servicios Públicos intentó desalojarlos de la comarca para que ingresara la maquinaria de la empresa y así poder continuar talando los bosques. A la fecha, dijo, tienen casi tres meses completos en el campamento.
Dejó claro que continuarán en su lucha, basados en lo que establece la Constitución Política de Panamá, que garantiza el derecho de las tierras colectivas. “El gobierno actual no respeta la Constitución y atenta contra la ciudadanía panameña”, esgrimió.
Muchos de sus compañeros de lucha se han retirado de Barro Blanco, confesó Miranda, ya que necesitan ir a sus casas para alimentar a sus animales y ver a sus familiares. “Ellos regresarán para continuar nuestras acciones hasta que el Gobierno acepte que se violaron procedimientos internos e internacionales”, alegó.
REPRESIÓN POLICIAL
Miranda está preocupado por la constante represión de la que son víctimas por parte de la Policía Nacional, pero advierte de que no renunciarán a la defensa de sus derechos. “Hemos sido agredidos con perdigones, balas de goma y gases lacrimógenos; contamos con pruebas”, dijo.
El temor de los residentes de esta comunidad es que los uniformados pretendan llevar a cabo desalojos con ayuda de maquinarias de la empresa encargada de la construcción de la hidroeléctrica, ya que se han negado a vender los terrenos donde han vivido por años para dar paso al proyecto.
La Prensa también conversó con los agentes policiales allí destacados. Ellos solo manifestaron que están en el lugar haciendo su trabajo, y que no tienen intención de atacar a nadie.
La obra la construye la empresa Generadora del Istmo S.A. (Genisa), que ha informado que continuará con estricto apego a la Constitución y a las leyes. Sus voceros afirmaron que los propietarios de estas tierras serán indemnizados.
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