BIODIVERSIDAD.
Las hidroeléctricas y el cambio climático
Osvaldo Jordán | 08 dic 2007 - 00:00h
Ante la agresiva campaña publicitaria que ha sido montada por la Autoridad Nacional del Ambiente (Anam) y por las empresas hidroeléctricas, es necesario hacer algunas aclaraciones acerca del cambio climático.
Hay que aceptar que esta es una realidad mundial que tendremos que enfrentar con mucha creatividad y previsión. Pero bien saben los altos funcionarios de la Anam que nuestro país es un actor de muy poca relevancia en los inventarios de gases de invernadero, que hoy día están dominados por países desarrollados y economías emergentes como China, India y Brasil. Lo que nosotros como país hagamos tendrá un impacto mínimo sobre el presente y el futuro del clima mundial, y si a alguien hay que achacar los huracanes, inundaciones y otras catástrofes que se generen por el cambio climático no será al endeble istmo de tres millones de habitantes.
Lo que también saben, o por lo menos debieran saber, las autoridades de la Anam, es que Panamá sí tiene un porcentaje desproporcionado de la biodiversidad a nivel global, con innumerables especies de flora y fauna, algunas de ellas únicas de áreas protegidas como el Parque Internacional La Amistad, sitio de Patrimonio Mundial de la Humanidad, que hoy día no solo están amenazadas por el inevitable cambio climático, sino también por la avaricia de las empresas hidroeléctricas y de sus consultores y especuladores enquistados en el Gobierno, que quieren llenar nuestros ríos de decenas de represas para vender energía a otros países y para seguir engordando sus ya rebosantes bolsillos.
Tal ha sido la inmoralidad de estos vividores que han disfrazado sus negociados familiares como proyectos para el Mecanismo de Desarrollo Limpio (MDL) del Protocolo de Kyoto. Ya ha llegado la hora de decir la verdad. Los proyectos MDL que tanto ha estado promocionando la presente administración de la Anam no reducen gratuitamente la generación de gases de invernadero, sino que le venden el derecho a contaminar a los países más desarrollados. En la transacción, se generan dividendos que son transferidos a países mercenarios como el nuestro, y quién sabrá si ese dinero irá a parar a las comunidades necesitadas o si terminará atrapado en la larga cadena de expertos que organizan estas transacciones y que seguramente estarán enfilándose para administrar estos fondos una vez termine la presente administración presidencial.
Las conclusiones son claras: esas hidroeléctricas que quieren vendernos como energía limpia no ayudarán a prevenir los desastres naturales en Panamá –más bien incrementarán nuestra vulnerabilidad, como sucedió con la apertura de compuertas que realizó AES en Bayano hace alguno años; tampoco realizarán una contribución de mayor importancia a la reducción del cambio climático; pero lo que sí producirán serán impactos severos e irreversibles sobre nuestra biodiversidad de importancia mundial. Entonces, ¿por que tanto afán de la Anam por promover la construcción de hidroeléctricas, tanto que hace poco el mismo subadministrador, Eduardo Reyes, tomó la pala para iniciar la construcción de un proyecto que todavía no había completado sus inventarios biológicos ni tenía un programa de reasentamiento aprobado por la población afectada? Tal vez la respuesta haya que buscarla algunos años atrás, en alguna otra institución u organismo internacional, en aquellos días en que la viuda ngöbe, Isabel Becker, todavía recogía su cacao a orillas del río Changuinola, sin siquiera pensar en que su finca se convertiría en el futuro sitio de presa del proyecto hidroeléctrico Chan 75.
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