EL MALCONTENTO
La vida en peligro de extinción
Paco Gómez Nadal
paco@prensa.com
Recorrer el país saliéndose de la senda es tan recomendable como preocupante. Bellezas naturales y seres humanos irrepetibles salpican la geografía nacional en una ruta que de tanto publicitarla fue descubierta, pero no por tranquilos turistas de acento estrafalario con ganas de conocer y pasear, sino por los angurrientos inversionistas que vieron en aguas y bosques El Dorado que desde hace 500 años se ha estado arrancando de las montañas y llanos del hemisferio.
Hay lugares en riesgo de extinción, que no solo los animales desaparecen. La desembocadura del río Chiriquí Viejo es uno de esos lugares. Es hermosa aún, se abre al Pacífico como un amigo que extiende los brazos para unirse al alma semejante y necesaria. El océano, al tiempo, irrumpe en el río haciendo el amor al agua dulce para celebrar la vida y provocar los esteros de mangle y vida.
Pero la huella del ser humano ya se siente y se siente mucho. Los dos proyectos de represas de Carlos Slim (el multimillonario que prestaba su avión a Torrijos y visitaba Panamá hasta que cerró los negocios del Canal, de la telefonía celular y de las hidroeléctricas) ya han provocado una fuerte sedimentación en la desembocadura del río que hace difícil su navegación en lanchas rudimentarias y los manglares retroceden a una velocidad pavorosa en comparación con el lento tiempo de su crianza.
La señora Olga Rodríguez, que tiene sus cultivos de porotos y plátano junto al río, me cuenta cómo el mar está entrando hasta donde nunca se había visto, dañando cultivos y tierras y poniendo en peligro su forma de subsistencia. Los acuíferos, me relata el ambientalista Javier Grajales, se están salando y todo ello es fruto del retroceso de la barrera de mangle que protegía esta costa y sus cultivos. Si le sumamos la contaminación química que baja desde las miles de hectáreas de cultivos de plátano y de las explotaciones agrícolas con pesticidas de Volcán, el río está en peligro de extinción.
Allá, aun ahora, en esa desembocadura, el capricho de la naturaleza es abrumador. Inmensas dunas conviven con palmas de coco y esteros y navegando por esos canales se puede alcanzar la playa aislada de Santo Domingo, frente a Estero Rico, uno de los lugares costeros más hermosos de la costa chiricana. Pero todo este frágil ecosistema también está en peligro de extinción.
La hipoteca a la que estamos sometiendo al país es muy pesada. Un modo de vida, el del campesino, se va extinguiendo y el agua se queda rebalsada en las hidroeléctricas para producir energía para otros mientras el mal llamado cauce ecológico (el 10% del agua que arrastra el río) no es suficiente para humanos ni vacas. En este río no son solo los dos proyectos mencionados los que están haciendo daño (y van a hacer más), sino las casi 20 concesiones similares que están en proceso.
La pelea que están dando personajes como Javier Grajales o muchos otros ambientalistas chiricanos es tan necesaria como el agua. Ellos son conscientes de que están defendiendo la vida frente a las acusaciones de autoridades o inversionistas o de ciudadanos mediatizados de que lo que quieren frenar es el desarrollo. ¿Qué desarrollo? ¿Será el que ya ha convertido en desiertos virtuales a la mayoría de países del primer mundo? ¿Será el que convierte en poblaciones urbanas mendicantes a los que antes eran campesinos dignos propietarios de la tierra y del orgullo?
La crisis ambiental de Panamá no es solo ambiental. Puede ser el principio del final del país que conocemos; la antesala de la “coronización” de todas nuestras costas (incluidos los edificios deleznables para la vista y el sentido común); la puerta de entrada para decenas de “petaquillas” y de “chanes 75”, la gran mentira del desarrollo a cambio de la gran verdad del empobrecimiento económico y humano.
Esto ocurre mientras en la capital las discusiones estériles proliferan. Pocos cuentan que el miércoles pasado unas 150 personas de la comunidad de Bonyik, en el río Teribe (Bocas del Toro), se manifestaron contra Empresas Públicas de Medellín por los engaños sobre los empleos prometidos en otro proyecto hidroeléctrico; o que los vecinos del río Fonseca (Chiriquí) están de campamento de resistencia para evitar que la maquinaria destruya su medio y forma de vida; o que hay proyectos de turismo comunitario (como el de la Laguna de San Carlos) que demuestran la viabilidad de la escala humana… La vida y la resistencia no parecen ser noticia.
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